QUÉ VEN MIS OJOS
” Hay personas a las que sólo quedándote sin palabras les puedes explicar cuánto las quieres
Ha pasado y lo hemos visto, pero no se puede creer. Tiene que haber algún error en esa noticia que dice que Almudena Grandes ha muerto. Porque todos los que la amábamos de puertas para dentro y desde hace más de treinta años, estábamos completamente seguros de que ella era invulnerable, de que, como solía yo mismo repetirle, nos iba a enterrar a todos. No se pueden hacer planes ni en las bromas. Pensar que esa fuerza de la naturaleza que era mi hermana del alma se haya extinguido, resulta demoledor, inaceptable. Tiene que ser mentira. En cualquier caso, no merece ser verdad.
Te quiero mucho, Almu, por lo legal, decente, buena y, lo repito, por lo generosa que eras; por cómo tratabas a mi madre y cómo has tratado a mis hijos, que te han adorado porque era imposible no hacerlo. No sé bien si llegaste a calibrar en los últimos momentos el dolor que dejabas a tus espaldas. Cómo no va a estar destrozada y ser inconsolable Dylan, a sus veintiún años, si tantas veces le abrías tu puerta, llamase a ella cuando llamase, le dabas de comer, escuchabas sus historias adolescentes con una paciencia, un interés y una comprensión emocionantes, la tratabas de tú a tú, igual que a todo el mundo, le dabas consejos que la ayudaron mucho en muchas cosas. Cómo les voy a decir nada a mis mellizos Ariel y Paulino, que justo hoy cumplen siete, que esa carrera que echaban hacia ti con los brazos abiertos cada vez que te veían a lo lejos, ya no la van a hacer más. Hasta a mi hijo de treinta y uno, Benja, se le ha venido el mundo encima al enterarse de que ya no estás aquí. Hablo de mis hijos por no hablar de los tuyos, que sufren ahora mismo porque les has partido el corazón al marcharte. Son historias pequeñas, esas mismas que tú convertías en grandes con tus novelas.
Podría hablar de mil cosas, de nuestras conversaciones literarias, nuestras confidencias sobre libros y autores o, en otro orden de cosas, de nuestros veranos compartidos en Rota, Cádiz, ese paraíso compartido con tantos amigos que ahora no sé cómo va a cambiar sin ti, ni me atrevo, de momento, a pensarlo. ¿Te acuerdas cuando, por el puro gusto de hacer el gamberro, aparecía por tu casa en bicicleta, justo a la hora en la que tú escribes por las mañanas, me metía en tu cuarto y te decía: “Nada, nada, tú sigue trabajando mientras yo te cuento una cosa…”. Pero el caso es que me tomaba un café, nos reíamos un rato y me marchaba por donde había venido, con una sonrisa. Este verano ya iba a otras cosas, a llevarte batidos energéticos o yogures bebibles, que era lo único que te entraba, o simplemente a preguntarte cómo te sentías; y mientras pedaleaba de regreso a casa, se me nublaba la vista, porque el horror de ahora ya empezaba a dibujarse en el horizonte. Una mañana, tú y yo solos en tu patio, me dijiste: “Benja, estoy muerta de miedo”, y yo supe que ya no había nada que hacer: ¿Tú y el miedo en la misma frase? Ya se sentía caer la sombra del lobo.”
Eres una guerrera, la palabra rendirse nunca estuvo en tu vocabulario, y en el mío jamás faltará tu nombre: aunque viva mil años te recordaré cada día
Pero si no hablo de ese tipo de momentos y me quedo en la zona más doméstica de nuestras vidas, la de los días laborables y las actividades sin público, es porque en ese territorio has sido una maestra para mí, un ejemplo que vale su peso en oro: he aprendido de ti a ser padre, a defenderme hasta de mí si hacía falta y a remar en el barco de mis hijos incluso cuando ellos eran la tripulación amotinada. Eres una guerrera, la palabra rendirse nunca estuvo en tu vocabulario, y en el mío jamás faltará tu nombre: aunque viva mil años te recordaré cada día. Te he querido mucho, Almudena Grandes. Ha sido un privilegio ser tu amigo. Si creyese en Dios, le daría las gracias por ese regalo.